Colaborar es una experiencia excitante y a la vez hermosa.

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El Día C 2025 contó también con la presencia de toda una leyenda del mundo de la música, el argentino Fito Páez. Uno de los más destacados exponentes del rock de su país y de toda Latinoamérica que fue entrevistado por Matías Dumont, fundador y ceo de la productora Antiestático. Y cuya intervención culminó al piano con una pequeña actuación en directo.

Estás a punto de lanzar un nuevo álbum, ‘Novela’, que incluye 25 canciones inéditas que comenzaste a escribir en 1988 y culminaste en 2024. ¿Cómo te metiste en esa locura?

Es a lo que me dedico, lo que uno hace. No sé cómo explicarlo. El paso del tiempo es lo que te permite apreciar el trabajo, es uno de los grandes elementos. Mientras iba haciendo el disco, iba escribiendo el guion para el documental, con muchas paradas. Finalmente, me metí mes y medio en el estudio y el álbum salió.

Además de las 25 canciones, escribiste el guion de la película, del documental que narra el proceso de creación de este disco.

Lo que yo hago es un anacronismo, pero soy feliz haciéndolo. Los nuevos formatos no llegan a satisfacerme. Un tema o dos por mes, las estrategias de marketing actuales, no me contienen. Todo lo nuevo me interesa, pero no es mi terreno. Prefiero seguir con el formato álbum, el libro y la película. Yo estoy cómodo en el álbum, es la materia en la que me siento como pez en el agua.

El disco lo grabaste en Abbey Road y en Madrid y fue mezclado en Los Ángeles…

Incluso grabé en la casa de Diego Olivero, hace 10 o 15 años. Y también sacamos cosas de una primera demo del año 1988.

Este año el tema del Día C es la colaboración. Una tarea en la que eres un verdadero maestro. A lo largo de tu carrera has colaborado con infinidad de artistas: Joaquín Sabina, Luis Alberto Spinetta, Paulinho Moska… ¿Cómo se genera en tu caso una colaboración y de qué manera la encaras?

Si no hay una relación previa, es imposible que surja esa colaboración. Donde más lo disfruté fue con Luis Alberto porque éramos amigos. Y en un momento dado fue él el que dijo ‘vamos a hacer un disco’. La colaboración fue muy profunda. Pocas veces aprendí con otros artistas lo que me enseñó Luis en aquel momento. Vivimos experiencias muy hermosas… como cuando grabamos ‘Gricel’, el tango compuesto por Mariano Mores y José María Contursi. Hicimos primero una versión a guitarra y piano en los Estudios Ion. Y después, todos los arreglos. Hubo un momento en el que sucedió algo muy hermoso. Luis, que estaba detrás de mí, me indicó que incluyera el sonido del paso de un tren en un momento dado de la canción. Y a partir de ahí fue una experiencia alucinógena, en la que una voz desde atrás me iba indicando los siguientes pasos a seguir. Fueron dos horas inolvidables. Cómo iba construyendo lo que tenía en la cabeza y yo le iba dando forma. Eso es una colaboración.

Otra cosa que hicimos fruto de la colaboración fue una idea preciosa que tuvo Luis: plasmar todo en una sola voz. Algo dificilísimo de hacer. Él cantaba y yo tenía que copiar todas sus inflexiones. Y viceversa. Más que colaboraciones, yo diría que son experiencias de hermandad, de entrega a la otra parte.

¿Qué pasa en esa colaboración, cuando tienes algo en mente y de repente no funciona?

Me pasó con Joaquín (Sabina). Pero cuando entras en un estudio, ya sabes de antemano cómo es el otro. Y él supo interpretar muy bien lo que ocurrió, poniéndole al álbum el título de ‘Enemigos íntimos’.

Yo soy un apasionado. El estudio es una de las cosas que más me gustan. En casa, tienes más tiempo, más libertad… El estudio tiene esa presión, eso que imprime el rigor de lo que va a quedar para siempre. Es algo excitante. Joaquín y yo teníamos formas diferentes de trabajar. Él iba poco por el estudio y a mí me encantaba estar allí. Cada uno tiene su manera de trabajar y hay que estar abierto y ser permisivo con ello.

¿Qué recomendaciones harías para colaborar de forma fluida con alguien?

Lo primero de todo es que tiene que haber deseo de colaborar. No se puede planear una colaboración. Hay que tener deseo de querer construir algo con alguien, como ocurre en las parejas. Es siempre una experiencia excitante que te aporta un punto de vista diferente. Y también es algo hermoso porque se trabaja para que cada parte luzca con su talento individual.

¿Cómo fueron tus inicios? ¿Qué aprendiste de tus primeras colaboraciones?

Fueron mi escuela, mis maestros. Estudié con el maestro Domingo Scarafia, con Gerardo Gandini, Violeta Hemsy… Yo era fan de Lito (Vitale), de Charly (García) y de Luis (Alberto Spinetta) … Lo primero que tienes que hacer es romper el mito y esa es la parte más compleja. Y una vez que entras en su atelier solo tienes que observar. Charly García, que es una figura imperial en la música, tiene una idea muy clara de cómo quiere ejecutar su música. Es un artista que sabe lo que quiere y conoce mucho el lenguaje. Transmite muy bien sus cosas.

En ‘El amor después del amor’ participaron muchos reconocidos artistas. ¿Cómo se te ocurrió hacer esa selección de talentos colosales en una época en la que nadie lo hacía?

Todo tenía un sentido. Primero familiar, porque todos eran amigos. Éramos como una tribu. En los 80 y 90 Argentina era como un hervidero y aún lo sigue siendo, aunque se vea menos. Pero también todo tenía un sentido dramático. Fue un álbum de colaboraciones que tuvieron que ver con cosas específicas de las canciones. No fue para ganar públicos como se hace ahora.

Treinta años después lo volviste a hacer con ‘El amor después del amor 9223’… Arrasaste el disco anterior, lo ‘vejaste’ como llegaste a decir…

Si había un material que debía ser vejado era ese. Me empezaron a decir, no puedes hacer eso. Es un sacrilegio. Yo les dije, sacrilegio es otra cosa, no agarrar unas notas y transferirlas a otra armonía o inyectarles otro color. Todo eso es juego.

La industria trajo las etiquetas, esto se llama así y asá, esto se puede hacer y esto no. Pero, muchachos, estamos aquí para buscar la libertad no para cercenarla. La experiencia con la música, con el cine o con las palabras, me ayudó a transitar el camino de la auténtica libertad, que es la de perderse y volverse a encontrar. Simplemente, lo que hacemos nosotros en acompañar la vida de los otros. Y el que diga lo contrario es un pelotudo.